Tras comer y descansar
un poco nos acercamos al próximo Intermarché a comprar algo de fruta y ahora
ya, a las 20,45 hora española o 19,45 hora portuguesa, el sol se ha puesto y en
poco llegará la noche. Estamos unas cuatro o cinco autocaravanas, todas
francesas excepto una holandesa.
La mañana del sábado 2
de abril, es fría pero muy luminosa. Desayunamos sacamos a Tulita y nos
dirigimos al mercadillo.
Llegamos a la calle en
la que ayer inicialmente aparcamos y lo primero que encontramos nos impresiona:
se mezclan puestos de frutas, quesos, pan y dulces, gallinas y pollos, y otros
preparando las brasas para cocinar carnes distintas, herramientas, ropa…
Salimos a lo que
parecía la calle principal donde
este mercadillo se abría a derecha e
izquierda. Nos decidimos por la izquierda. Aquí abundaban sobre todo los
puestos de todo tipo de ropa mezclados con otros de ropa del hogar como
toallas, sabanas, edredones, mantas… hasta llegar al final. No encontramos nada
destacable distinto a lo que podríamos encontrar en cualquier otro mercadillo de
España. Así que decidimos regresar sobre nuestros pasos y llegados a donde
comenzamos ascendimos por el lado derecho y encontramos más de lo mismo.
Yo me sentí algo
decepcionada. Había oído o leído o a lo mejor lo imaginé, que vendían de todo,
hasta animales. Animales hay, pollos y gallinas, un puesto, pero nada más y lo
demás sin destacar y el tamaño, si el mercadillo de Majadahonda que se distribuye en seis calles cortas lo estiramos en una, el tamaño
sería más o menos similar.
De regreso
compramos alguna que otra cosilla y unos
cuchillos que era lo que principalmente
quería. Los primeros que compré, y hablo de más de quince años, todavía sobreviven. Son útiles y de buena calidad pero los últimos
que compramos en Vilar de Santo Antonio hace unos cinco o seis años nos
costaron 1 euro ahora. Ahora su precio casi se había triplicado: 2,50.
Así dejamos la autovía
para recorrer las carreteras que circulan entre robledales aun desnudos de sus
hojas, para dejar atrás la Alberca, muy concurrida hoy, y continuar a Mogarraz.
Una vez allí, ningún sitio. Solo dispone de un aparcamiento público pequeño y que estaba hasta la bandera y luego ya a lo largo de la carretera. Así que atravesamos la localidad para dirigirnos al mirador de la Peña de la Cabra a un kilómetro o poco más . En nuestro camino, localizamos un apartadero grande en la carretera a unos 500 metros del pueblo y pensamos que allí podríamos dejar aparcada la autocaravana para visitar esta localidad.
Una vez en el mirador
nos asomamos a una pista de cemento corta que descendía y terminaba en una plataforma con
unas vistas maravillosas dominando una
gran extensión verde que terminaba con lo que parecía la sierra de Gredos
teñida de blanco. Allí comimos y descansamos un poco para intentar de nuevo
visitar Mogarraz.
Aparcamos donde
habíamos previsto, pero al llegar a la
entrada de la ciudad vimos que había hueco suficiente y como no nos gustaba
mucho dejarla tan solitaria, la trajimos de vuelta y con nuestra peluda, que
por la mañana no nos había podido acompañar, nos fuimos a visitar este pueblo.
Y resulto ser una autentica belleza. Habíamos estado dos veces en la Alberca y no comprendo cómo se me pudo pasar un lugar tan hermoso y único como este. Había visto alguna foto y lo tenía anotado pero luego nuestro hijo David lo había visitado recientemente y dio fe de la belleza del lugar.
Y tanto que no lo
comprendía que cuando miré el relato que hice entonces descubrí para mi
completa perplejidad, que sí habíamos estado paseando por aquí y por Miranda
del Castañar y en San Martín del Castañar también, lo que tengo completamente
borrado de mi memoria. Estas cosas me
llenan de tristeza ya que el olvido condena a la ignorancia, a no haber estado
aquí, nunca.
Todo el pueblo es un museo vivo. Está muy bien conservado, calles empedradas y casas de piedra adobe y madera, con balcones de madera, decorados con plantas...La armonía protagoniza cada rincón, cada fachada, todo está cuidado al detalle. Parece el mejor pueblo francés de los declarados de los “más bellos de Francia”. Nosotros hemos copiado esa estupenda idea y Mogarraz está declarado de los más bellos de España. Y vaya si lo es. Tiene además la peculiaridad de tener sobre sus fachadas los retratos de los que fueron sus habitantes aunque un lugareño nos confiesa que “algunos lo son y otros no” que lo hizo un pintor local con los negativos de las fotos del carnet de identidad. Es una idea muy original que dota de personalidad única a este sitio, por si ya de por si no la tuviera.
Pero viendo las fotografías de años atrás percibo considerables diferencias, la primera de ellas es que entonces no estaban los retratos de los vecinos y la segunda es que el pueblo está muy mejorado. Parece más limpio, más luminoso, más cuidado con plantas que adornan muchos rincones y añaden una nota de color al lugar. Si comparamos las fotografías de ahora con las de entonces quizás lo que más resalta es el color, la limpieza, la “alegría”, en franco contraste con los colores ocres y oscuros que predominan en las anteriores.
Me dejé engullir por sus calles, atrapar por su belleza, por su serenidad, armonía…caminamos sin rumbo fijo solo guiados por nuestros ojos, introduciéndonos por callejones, rincones, y calles llenas de encanto y personalidad. Me sentí atrapada en el lugar y en el tiempo. Sin prisa, sin rumbo…temí hasta perderme porque era más grande de lo que pensaba, pero no fue así. La luz del día ayudaba a resaltar aun más la belleza de todos sus rincones. Lo único negativo a destacar, que había bastante gente, aunque dejadas las calles principales, comenzaron a disolverse.
¡Y cómo ha cambiado
todo!. El fácil acceso a internet ha descubierto rincones al gran público que
antes eran conocidos por pocos. Todo se ha popularizado, todos tenemos acceso
fácil, todos queremos llegar y ver. Y como todo en esta vida, tiene su punto
positivo, pero también negativo.
Tras disfrutar de
nuestro paseo por el tiempo regresamos a nuestra autocaravana. En un principio
habíamos pensado dormir en el área de la Alberca. Pero hoy seguro que habría
gente así que como casi estamos pasando de “lobos solitarios” a algo “insociables” decidimos poner rumbo a Sequeros
a un aparcamiento en una ermita donde la gente decía que era un lugar tranquilo
y agradable.
Y aquí estamos ahora,
aunque nos hemos equivocado y si debíamos de haber llegado a la ermita de la
Virgen del Robledal, nos hemos desviado a la derecha y hemos llegado a una gran
explanada con viviendas unifamiliares sobre una pequeña loma a nuestra
izquierda. Yo me he quejado enérgicamente, pero Angel ha dicho que era un buen
sitio y tarde ya, así que pasando ya de las 19 horas hemos decidido quedarnos.
A las 10 de la mañana podemos elegir donde aparcamos. Descendemos por una de sus calles y descubrimos un hermoso conjunto arquitectónico. Pequeño, no es tan grande como Mogarraz ni como otros de la zona pero tiene rincones bonitos y sobre todo, auténticos y cuando utilizo este calificativo me refiero a que aún se ven muchas casas sin restaurar. Y es que pese a que restaurar es necesario, siento como si se esto “contaminara” la autenticidad de un lugar.
La plaza atrae mi atención pero sobre todo y especialmente, porque en su centro hay una fuente oxidada en desuso casi clon de la que un día me provocó un accidente en Santa Maria del Arroyo, en Avila, el pueblo de mi madre. La rueda con la que se sacaba agua, se me escapó y la manivela me golpeo un poco por debajo del cuello. No recuerdo los años que tendría, era una niña. Mis abuelos cuidaban de mi pero aquella mañana me dejaron en la cama y marcharon a algún sitio, no sé si al monte y yo, -que debí de ser un dolor para todo el que se tenía que hacerse cargo de mi porque era inquieta y muy activa-, me desperté y no sé cómo, fui a parar con una vecina y con ella me acerqué a la plaza a sacar agua del pozo. Entonces el pueblo no tenía agua corriente y había que acudir a los pozos y a las fuentes a recogerla. No recuerdo dolor solo la cara de susto de la vecina cuando me vio a mis abuelos en la carretera intentando parar un coche que nos llevara a un médico. Hablo posiblemente de finales de los 60 o principios de 1970 donde tener coche era un lujo al alcance de muy pocos. Un turismo nos llevó al cercano pueblo de Padiernos a 12 kilómetros del nuestro a tan solo 8 o 9 de Avila, donde un médico, supongo que la mejor de sus intenciones, me hizo una costura que pareció hecha con la mano izquierda -siendo diestro- y cinco puntos que intentaron cerrar el “boquete” (no me dejaron verlo) que me había producido el golpe, se convirtieron en una cicatriz que parecía una quemadura deslavazada y que me ha acompañado toda mi vida. Antes no me gustaba, ahora, me da lo mismo.
Y es curioso pero en los más de 50 años desde que ocurrió este accidente no había vuelto a ver una rueda como esta, hasta ahora. Parecía como si al igual que en el cuento de la bella durmiente con las ruecas, hubieran sido escondidas todas.
Pero después de este inciso, continuamos con nuestro paseo prácticamente en solitario por las calles de esta localidad, descubriendo rincones hermosos, llenos de sabor, en particular hay otro lugar a destacar además de la plaza, el conjunto que forman la iglesia con el ayuntamiento, con dos campanarios enfrentados, el primero para llamar a misa y el segundo para llamar a los vecinos a reunión. Un enorme porche que resiste el paso del tiempo los protegía de las inclemencias meteorológicas.
Llegamos al área de autocaravanas alrededor de
las 12,30. De las cinco plazas destinadas a las autocaravanas, había cuatro
ocupadas aunque el resto del aparcamiento estaba casi libre. Pensamos en
llevarnos a nuestra amiga peluda pero
hacia mucho frio así que la dejamos dentro. Tras bajar unos 300 metros nos introdujimos ya por las callejuelas empedradas tan
características de esta localidad.
Aquí la piedra parece dominar más, los grandes dinteles con las columnas, algunas con gravados religiosos, que se combinan armoniosamente con la madera y el barro. Las viviendas, de tres pisos según ganan en altura lo hacen en anchura por lo que en el último piso casi se dan la mano los vecinos de una calle y la de enfrente. Abajo, las cuadras, en el primer piso la cocina y sala y en el último, los dormitorios.
Y mientras estamos aquí, estamos suspendidos en el tiempo, como todo lo que nos rodea y tratamos de absorber en poco tiempo la belleza de su entorno.
Pasadas las 14 horas decidimos regresar para
comer y descansar. Ahora son ya casi las 20,30. Pensamos que íbamos a estar
solos en el área por ser domingo, pero hasta hace veinte minutos éramos cuatro,
un portugués, un holandés y dos españoles pero de pronto ha entrado un grupo de
cinco o seis seguidas. Y me he preguntado donde aparcarían cuando se muevan por
estos pueblos, porque si es difícil estacionar una, no quiero ni pensar en
cinco. En fin, como nosotros, serán jubilados que disfrutan de una escapada por
la zona. Comprobaríamos después que eran gallegos.
Y nos prepararemos para recibir la noche y mañana pondremos rumbo a casa, después de seis o siete días recorriendo las Hurdes para terminar aquí, en las Batuecas habiendo pasado antes por un lugar tan extraño y fuera de lugar en este viaje como es Vilar Formoso.
Ascendimos por sus callejuelas para retomar nuestro rumbo ahora a San Martin del Castañar.
Encontramos aparcamiento a la entrada de esta localidad, junto a la carretera.
Una explanada fácil que daba cabida a varios turismos y a una autocaravana
portuguesa, curiosamente la que estaba también el sábado en el área de Vilar Formoso. Y nos enojamos bastante, porque si bien en el
área portuguesa no tenía ningún elemento desplegado, aquí se había permitido el
lujo de dejar una escalera pequeña en “V” invertida para acceder más
cómodamente y una mesa abierta ocupando lógicamente más espacio del que le
correspondería y además, innecesariamente.
San Martín del Castañar está igualmente llena
de encanto por todos sus rincones, pero…está más reconstruido que Sequeros. La
ancha y empedrada calle que tomamos al inicio nos desembocó en una hermosa
plaza ahora ruidosa por un grupo de excursionistas, que, vendrán a buscar la
paz del lugar, pero ellos dejarían mucha cuando se marcharan.
Del castillo nada destacable a excepción de las
vistas y de su adaptación recogiendo y ofreciendo información al visitante.
Regresamos al aparcamiento y aún estaba la
autocaravana portuguesa así que la dejé en su parabrisas una nota en español e
inglés diciéndole que eso era un aparcamiento y no un área y que por tanto, no
podían sacarse elementos fuera de la autocaravana. Cada vez nos molestan más este tipo de comportamientos incívicos e irrespetuosos
que hacen tanto daño a nuestro colectivo.